Siglos más tarde el pueblo escogido por Dios se alejó de él. Dios también constató la desobediencia de todos los pueblos, cualquiera que fuera su descendencia o religión. Entonces decidió extender Su misericordia sobre todos (Romanos 11:32). Envió a su Hijo quien, mediante su sacrificio en la cruz, derribó “la pared intermedia de separación” (Efesios 2:14) y abrió el cielo a todos los que, reconociéndose pecadores y culpables ante Dios, creen en la obra expiatoria de Cristo. Así el Evangelio puede ser anunciado en toda la tierra.
Pronto, todos los creyentes reunidos, de “todo linaje y lengua y pueblo y nación” (Apocalipsis 5:9), cantarán la gloria de su Redentor.
Acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne… estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora… vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.
Efesios 2:11-13
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