La muchacha, bonita y agraciada, primero trató de correr a lo largo
de la cuadra. Luego saltó una verja y atravesó un parque. Después subió
a un taxi, y dio la vuelta a la manzana. Posteriormente trató de
permanecer bajo la lluvia, a pesar de esa molestia. Pero en ningún
momento logró desembarazarse de la otra mujer, una policía.
Ese procedimiento fue parte de la nueva táctica que Denise
Pereira, de la División de Crímenes en la Calle de la policía de San
José, California, tomó contra las prostitutas. Como es imposible
arrestarlas a todas, Denise Pereira dispuso ponerles una acompañante
que no se despegara de ellas durante todo el día. Como resultado, la
prostitución en la ciudad disminuyó un noventa por ciento.
Esto de poner una escolta constante a una mujer que se dedica al
amor ilícito fue, al parecer, una idea genial. De todas las prostitutas
que había en determinado sector de la ciudad, sólo quedaron cinco. Las
demás se vieron obligadas a dejar su oficio o a irse a otra parte. ¡Les
era imposible realizar su negocio cuando a medio metro tenían a una
mujer policía!
¿Qué tal si se pudiera poner una escolta policial a cada
delincuente de los que pululan en las ciudades? ¿Qué tal si cada ladrón,
cada asaltante, cada violador, tuviera siempre, las veinticuatro horas
del día, un vigilante que no le perdiera pisada?
Sin duda que el crimen descendería mucho en todas partes. ¿Qué
tal si cada marido, de esos a quienes les gusta engañar a su esposa, o
cada esposa, de aquellas a quienes les gusta hacer lo mismo, tuvieran
día y noche un guardia que los tirara de la manga no bien planearan
hacer algo feo? ¿Se reduciría con eso el número de infidelidades, y por
ende, de hogares destrozados?
Pero es imposible ponerle a cada hombre, a cada mujer, un vigilante
sempiterno. ¡Necesitaríamos que la mitad de la población humana
vigilara a la otra mitad!
Por eso Dios ha puesto en el ser humano un vigilante interno. Es
la conciencia. La conciencia vigila, acusa, advierte, aconseja, habla,
grita, clama. Si nos acostumbramos a escuchar la voz de nuestra
conciencia, y nuestra conciencia está iluminada por la Palabra de Dios,
difícilmente caeremos en el delito.
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