Pablo les amonesta a los Corintios: “…Procurad también sobresalir en esta gracia de dar” (2 Corintios 8:7 CST). Y luego les estimula con el ejemplo de los creyentes de Macedonia: “Ahora,
hermanos, queremos que os enteréis de la gracia que Dios ha dado a las
iglesias de Macedonia. En medio de las pruebas más difíciles, su
desbordante alegría y su extrema pobreza, abundaron en rica generosidad.
Soy testigo de que dieron espontáneamente tanto como podían, y aún más
de lo que podían, rogándonos con insistencia que les concediéramos el
privilegio de tomar parte en esta ayuda para los santos. Incluso
hicieron más de lo que esperábamos, ya que se entregaron a sí mismos,
primeramente al Señor y después a nosotros, conforme a la voluntad de
Dios” (2 Corintios 8:1-5 CST).
Fijémonos que los dadores de Macedonia:
1) Primero se dieron al Señor sin reservas.
2) Entendieron que todo lo que poseían se lo debían exclusivamente a la gracia de Dios.
Pablo sabía de esa entrega, puesto que le suplicaron que recibiera sus ofrendas.
¡Extraordinario! ¿Cuándo fue la última vez que estuviste en la iglesia
esperando con impaciencia a que pasaran el plato de la ofrenda porque
tenías unos deseos enormes de dar? Los macedonios dieron no
porque el pastor les insistió, o porque si no lo hacían se iba a pique
el ministerio, ni porque se sentían culpables o querían algo de Dios en
contrapartida. No, fue un dar que fluía de corazones que rebosaban con
la bondad de Dios. ¡Ese es el verdadero dar!

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