Al
bebé, de dieciocho meses de edad, lo llevaron al hospital. Estaba en estado
comatoso. Presentaba grandes hematomas en la cabeza y golpes en diferentes
partes del cuerpo. No pudieron salvarlo. Murió en las manos del médico.
Acto
seguido, se dieron a la tarea de hallar al responsable de las heridas. No había
duda de que la criatura había sido golpeada. Se trataba de homicidio.
Tras
rondar un poco por el barrio de donde venía el bebé, encontraron al padre y a
la madre. Los dos eran los culpables. La policía no dio a conocer sus nombres.
Eran menores de edad; tenía dieciséis años él, y quince ella.
Aquí
tenemos un caso de vértigo, de vertiginoso aturdimiento juvenil. Una pareja de
adolescentes hace vida conyugal cuando él tiene sólo catorce y ella apenas
trece años de edad. Pasan dos años y tienen un bebé porque, de todos modos,
tienen la capacidad biológica para engendrar.
Pero
un matrimonio así no puede funcionar sin caer en el vértigo. Las peleas son
constantes. Los insultos vuelan como chispas. Y cada dos por tres se van a las
manos. El bebé con sus inocentes llantos contribuye a agravar la situación, y
en cierto momento, ciego de rabia, el padre agarra un bate de béisbol y le da
en la cabeza. Vértigo. Aturdimiento vertiginoso, producto de la impaciencia
juvenil.
Todo
se ha vuelto locura. Hay violencia por todos lados. Hay frenesí de fiestas. Hay
delirio de danzas. Hay furia de drogas. Hay enloquecimiento de pasiones. Hay
torrentes de discordias.
Podríamos
seguir multiplicando las metáforas, pero la verdad está ahí, y es pasmosa. El
mundo está en vértigo y no hay quien lo rescate. ¿Por qué se pusieron a vivir
juntos dos adolescentes que recién estaban emplumando? ¿Dónde estaban los
padres de estos jóvenes? ¿Quién bendijo esa unión?
El
vértigo arrebata a nuestros hijos cada vez más temprano. La adolescencia
comienza a los diez años. La juventud se quema a los veinte. A los treinta,
hombres y mujeres están hastiados de todo, y a los cuarenta, si sobreviven a
las inclinaciones suicidas, se hunden en el remolino de esta loca vida.
Lo
que el ser humano necesita es paz. Paz en el alma. Paz en la mente. Y esa paz
sólo Dios la da. Cuando permitimos que Cristo sea nuestro Salvador, la vida
adquiere un ritmo normal. El corazón se calma, la conciencia descansa, el
espíritu se serena, y entonces encontramos la paz. Sólo Cristo puede librarnos
del vértigo de la vida. Entreguémosle nuestro corazón. Él quiere darnos su paz.

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