Mathew Henry describe la gracia como “la sal que sazona nuestras palabras e impide que se corrompan”. La sal tiene dos fines primordiales: preservar y dar sabor. Por eso, cuando la Biblia dice que tus palabras deben ser “sazonadas con sal” (Colosenses 4:6),
su mensaje es que éstas tendrían que preservar y no corromper, no ser
nunca de mal gusto y fomentar el bienestar del prójimo. El apóstol
Santiago dice: “No… puede uno sacar agua dulce de un manantial salado” (Santiago 3:12 NTV);
o sea, no puedes fingir lo que está en tu corazón. No se trata de
aprender a decir lo correcto, sino de tener una actitud adecuada, porque
tus palabras reflejan “la abundancia del corazón” (Mateo
12:34). Dijo Salomón: “Hay quien habla sin tino como golpes de espada,
pero la lengua de los sabios sana” (Proverbios 12:18 LBLA). Si no tienes cuidado, con tus dichos puedes meterte tú y a los que te rodean en toda clase de problemas.
Según un profesor bíblico: “Tenemos la capacidad de hablar
palabras de fe que pueden desencadenar milagros… la fe es una ley que
opera cuando proclamamos algo, ya sea para nuestro provecho o para
nuestra destrucción…”. “…La lengua de los sabios sana”; lo contrario sería: “La lengua de los necios causa enfermedad”.
Tú eliges. Puedes hacer que en tu corazón se albergue y por tu boca
salga lo que el diablo te indica o puedes vivir en fe y recibir y hablar
la Palabra de Dios, proclamando sus bendiciones. La práctica de la fe
consiste en creer lo que Dios dice y confesarlo”. Así pues, empieza a
hablar palabras de sanidad.

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