Él (Dios) te ha declarado lo que es bueno, y qué
pide el Señor de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y
humillarte ante tu Dios.
Ése es el nombre que a
veces se dio a esos resistentes anónimos que contribuyeron con su
valentía ejemplar para liberar a su país del yugo del ocupante. Guiados y
sostenidos por su ideal, trabajaron desde el anonimato, privándose de
muchas cosas y sufriendo. Muchos de ellos dieron su vida.
Lo mismo
sucede en el combate de la fe. La Biblia nos relata la historia
detallada de grandes figuras citadas al principio del capítulo 11 de la
epístola a los Hebreos. Pero tras ellos se levantaron otros hombres y
mujeres de fe anónimos, de los cuales nos habla el final del capítulo
(v. 32-38). Dios recuerda las grandes cosas que hicieron por él. Cada
uno de ellos ocupaba su lugar en la estrategia de Aquel que conduce la
batalla.
Amigos creyentes, en la obra del Señor no todos tenemos un
lugar visible, pero lo importante es cumplir rectamente el servicio que
Él nos confió. Busquemos la fidelidad en lugar de la notoriedad;
recordemos que Dios aprecia aun el acto más insignificante cumplido para
él: “Cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría
solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su
recompensa” (Mateo 10:42). Él tiene en cuenta todas nuestras acciones,
por lo tanto, contentémonos con esperar el día de su recompensa.
Esforcémonos en ser uno de esos a los que podrá decir: “Bien, buen
siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en
el gozo de tu señor” (Mateo 25:21).
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