Algunas de las lecciones más profundas de la vida pueden recibirse en
los lugares menos esperados si tan sólo nos tomamos el tiempo para
mirar a nuestro alrededor y ver con nuestros corazones tanto como con
nuestros ojos.
Un día, mientras viajábamos desde el trabajo entre San Antonio y
Bandera, Texas, presencié uno de los más espectaculares amaneceres de mi
vida. Una de las ventajas de mi viaje diario era la rara oportunidad de
ver al sol tanto salir como ponerse y en el esplendor de las colinas de
Texas. En esta particular mañana, me tomé el tiempo para detenerme en
la cima de una colina y observar el cambio de colores mientras el gran
cuerpo celeste se asomaba por sobre el horizonte y florecía en toda su
gloria, imposibilitándome el mirar directamente sus enceguecedores
rayos.
El recuerdo de aquel amanecer me acompañó todo el día.
Al
dirigirme a casa esa tarde, anticipaba particularmente la puesta del
sol. ¡No fui decepcionado! No solo observé aquel ocaso, lo experimenté.
Tuve una vista panorámica mediante mis espejos retrovisor y laterales,
además de mi vista en dirección al noroeste. ¡Qué vista tan hermosamente
impresionante! Una vez más detuve el auto para sacarle ventaja a la
espectacular puesta del sol. Estando sentado observando los siempre
cambiante colores, me di cuenta de que lágrimas de puro gozo corrían por
mis mejillas. Sin embargo, lo mejor estaba todavía por venir en la
forma de la luminiscencia. Mientras que los brillantes y vibrantes
colores del ocaso comenzaban a desvanecerse en los más hermosos
pasteles, mezclándose y combinándose en cada color imaginable, me di
cuenta de que Dios me había concedido uno de los más grandes regalos de
toda mi vida: una vista de la vida de comienzo a fin y más allá.
Para mí, la verdadera belleza de la vida reside en el hecho de que no
somos derramados en un molde específico con un patrón de vida
predeterminado e inalterable. Fuimos creados como individuos únicos con
libre albedrío para tomar decisiones que moldeen nuestras vidas.
Entonces, esperamos, hallamos el valor de vivir con las consecuencias de
esas decisiones.
He aprendido que al enfrentar los desafíos desarrollo músculos
morales, espirituales y mentales que me preparan para la siguiente
tormenta. No puedo pensar en nada menos provechoso que una vida vivida
sin el beneficio de pruebas y dificultades que nos preparen para las
crisis que han de venir.
Cuando el ocaso de mi vida llegue y vea el rostro de mi Señor,
contemplaré, por vez primera, aquel amanecer en gloria. Al mismo tiempo,
los seres queridos que dejo atrás estarán viendo mi luminiscencia. Es
mi deseo que cuando me llegue este momento, ¡sea un tiempo de
celebración de mi vida que nunca acabará! Ninguna canción triste… ¡sólo
canciones de Victoria!
Marjorie Baker, copyright 1995

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