Descendiendo Pedro de la barca,andaba sobre las aguas para ir
a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo;y comenzando a
hundirse, dio voces, diciendo:
¡Señor, sálvame!
Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? Mateo 14:29-31.
Recuerdo que cuando tenía diez años, el día de Navidad fue casi el
último año de mi vida. El lago ubicado cerca de nuestra aldea estaba
cubierto por una capa de hielo suficientemente gruesa como para que se
pudiese patinar. Ansioso por probar los patines que acababa de recibir,
me arriesgué a lo largo del embarcadero sobre una capa de hielo mucho
más delgada de lo que pensaba. En un momento dado oí un crujido y antes
de que yo comprendiera lo que ocurría, me vi en el agua. Sofocado por la
temperatura del agua, no podía gritar y lo único que se veía de mí era
mi brazo derecho levantado. Por fortuna alguien me vio desde la orilla,
me tomó de la mano y me subió al muelle. ¡Estaba a salvo!
Mi desventura es una ilustración de la condición humana. Hoy en día
asistimos al drama de la humanidad que se ve arrastrada cada vez más en
su perdición por el pecado. Sin embargo, una mano se tiende todavía, la
de Jesucristo. Por su parte todo está dispuesto para salvarnos. Él
espera que extendamos la mano hacia él, como le ocurrió a su discípulo
Pedro en el relato de Mateo 14:22-33.
Esta experiencia, que habría podido costarme la vida, me ayudó a
comprender que por mí mismo no podía liberarme del pecado. Entonces, por
la fe tomé la mano que Jesús me tendía.
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