Nació y se crió en la pobreza. Sus padres eran trabajadores
esforzados, y le inculcaron virtudes como gratitud, respeto, cortesía y
honor. También le legaron conceptos de vida como generosidad e
integridad, y esmero en el estudio y en el trabajo. Vivió todos sus
días en su país natal de Suecia, y murió a los ochenta y cinco años de
edad.
¿Quién era esta persona? Era Holger Nisson, que a una temprana edad puso en práctica los valores heredados de sus padres.
Consiguió trabajo en una cervecería y, debido a su integridad y
su dedicación, con el paso de los años llegó a ser socio de la empresa y
posteriormente dueño absoluto. Fue frugal, ahorrativo y ordenado. Al
morir, dejó una respetable fortuna de tres millones de dólares.
¿Cómo distribuyó Holger Nisson su fortuna? La dejó toda a los
trescientos habitantes de su pequeña aldea, Kracklinge. Cada habitante,
entre los dieciocho y sesenta y cinco años de edad, recibió diez mil
dólares. «Dios dejó una herencia para todos —expresó Nisson en su
testamento—. Yo también deseo dejar la mía para todos.»
Entre todas las virtudes que el ser humano puede tener, las que
más satisfacción producen son la generosidad y la gratitud. La persona
que es agradecida sabe recrearse con el sol de la mañana, sabe apreciar
los favores del día y sabe disfrutar del descanso en la noche. Tal
persona vive en armonía con todos.
Y la persona que agradece cada favor que se le hace es también
una persona que sabe dar. Ya sea que tenga mucho o poco, el dar es,
para ella, su mayor satisfacción. Esta es la persona que le ha
encontrado el verdadero sentido a la vida.
Quizá sea así porque fue Dios quien le enseñó al hombre estas
virtudes. El pasaje de la Biblia que más se cita trata sobre este gran
don de Dios: «Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo
unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga
vida eterna» (Juan 3:16).
A todos nos conviene adoptar como práctica diaria estas dos
grandes virtudes: el dar y el agradecer. Son virtudes que vienen de
Dios. Fue Él quien nos enseñó a dar, entregando en sacrificio vivo a su
propio Hijo. A nosotros nos toca, ahora, corresponder dándole nuestra
vida.
Comencemos hoy mismo a expresar nuestra gratitud. En profundo
agradecimiento digamos: «Gracias, Señor, por darnos tu Hijo. Te entrego
todo mi corazón, toda mi voluntad y todo mi ser.»
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