“Cuando el día comenzó a refrescar, oyeron el hombre y la
mujer que Dios andaba recorriendo el jardín; entonces corrieron a
esconderse entre los árboles, para que Dios no los viera.” Génesis 3:8
(NVI)
Con Juampi y Connie jugamos seguido a la escondida. Ellos se esconden
debajo de una almohada y yo los busco. Miro por debajo de la cama, en
los armarios, entre la ropa y finalmente llego a la cama donde los
encuentro y nos reímos. Ellos saben que los voy a encontrar, porque soy
su papá. Y les encanta que los encuentre.
Cuando leía la historia de Adán y Eva me acordé del juego con mis
hijos. Adán y Eva estaban viviendo una situación ideal. Eran totalmente
puros, no había pecado ni maldad en sus vidas ni en su entorno. Estaban
en el Edén y podían disfrutar a diario de conversar con Dios cara a
cara. No había enfermedad, problemas, angustias, miedos, frustraciones,
fracasos ni muerte.
Pero un tristísimo día, el diablo los engañó y comieron del fruto
prohibido. Desobedecieron la única prohibición que Dios les había dado y
la primera consecuencia fue que tuvieron vergüenza, porque estaban
desnudos. La segunda fue el temor. Quisieron esconderse de Dios. Oyeron
su voz y no querían verlo. Sabían que habían fallado y pensaban que
podían ocultarse de Él. Creían que si se tapaban con alguna rama podían
evitar que Dios los viera. Su temor al encuentro era consecuencia de sus
faltas.
Esta actitud chiquilina y caprichosa la seguimos repitiendo
constantemente, y tratamos de escondernos de Dios cada vez que nos
equivocamos. Creemos que por alejarnos de su presencia y frecuentar
otros lugares, Dios no va a vernos. Y nos olvidamos de la premisa
divina. Es como querer escondernos con una almohada. Dios siempre va a
encontrarnos, porque Él todo lo sabe.
No hace falta que te escondas, no hay manera en que puedas evitar que
Dios se entere. Porque Él ya lo sabe. Su omnisciencia le permite saber
absolutamente todo lo que pensás, hacés, decís y soñás. En lugar de
tratar de ocultarte de Dios, buscalo. Su amor y su misericordia son tan
grandes que pueden perdonar cualquier falta, eliminar la culpa y darte
una nueva oportunidad.
Esconderte solo te genera más problemas y que la culpa te siga
pesando. En lugar de solucionar el problema, lo terminás complicando.
REFLEXIÓN — No juegues a las escondidas con Dios.
Un gran abrazo y bendiciones

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