Cuentan que al Padre Pascual le estaban dando su banquete de
despedida después de veinticinco años de trabajo en la parroquia que
tenía a su cuidado.
A un político, miembro de la comunidad, lo invitaron a que
pronunciara un breve discurso. Pero como el político tardaba en llegar,
el buen sacerdote tomó la palabra él mismo para disimular el hecho de
que su feligrés aún no había llegado.
—Mi primera impresión de la parroquia la tuve durante la primera
confesión que me tocó escuchar —contó el párroco—. Pensé que me había
enviado el obispo a un lugar terrible, ya que la primera persona que se
confesó me dijo que se había robado un televisor, que les había robado
dinero a sus padres, y que había robado también en la empresa donde
trabajaba, además de tener relaciones sexuales con la esposa de su
jefe. Por si eso fuera poco, dijo que en ocasiones se dedicaba al
tráfico de drogas. Y por último, confesó que le había transmitido una
enfermedad venérea a su propia hermana.
»Yo me quedé asombrado, asustadísimo... Pero con el paso del
tiempo fui conociendo a más personas y vi que no eran todas así. Me di
cuenta de que la parroquia estaba llena de gente responsable, con
valores, comprometida con su fe. De ahí que los años más maravillosos
de mi sacerdocio hayan sido estos últimos veinticinco.
En ese momento preciso llegó el político, y se le dio la palabra.
Luego de pedir disculpas por haber llegado tarde, comenzó su discurso
con estas palabras:
—Nunca olvidaré ese día, ya hace veinticinco años, en que llegó
el Padre Pascual a nuestra parroquia. Tuve el honor de ser el primero
que se confesó con él...
Más allá de aprender la lección de que la falta de puntualidad
pudiera costarnos mucho, a todos los iberoamericanos nos convendría
preguntarnos qué razones hay para ser puntuales, como se jactan de
serlo otras culturas.
Una de las razones más válidas está encerrada en el conocido
refrán que dice: «El tiempo es oro», ya sea, como dicen algunas
variantes, de 12, 14, 18 ó hasta 24 quilates. De ahí esta otra variante
que contempla las consecuencias de perder el tiempo uno mismo o
hacérselo perder a los demás: «El tiempo es oro, y quien lo pierde,
pierde un tesoro.» De modo que con ser puntuales, evitamos que se nos
juzgue de ser culpables de desperdiciar tiempo valioso, sobre todo el
tiempo ajeno.
Otra razón que podemos citar para ser puntuales es que así
evitamos que se nos juzgue de creernos superiores a los demás. Se dice
que en la China, cuanto más alta sea la posición que uno ocupe, más
probable será que haga esperar a otra persona. Con razón que concluya
al respecto el columnista Antonio Martín del diario La tribuna
de Tegucigalpa: «¡La cultura de la puntualidad es un valor cívico de
altos quilates, y hay que cultivarlo a toda costa entre los
hondureños!»
Una razón más para ser puntuales es que así también evitamos que
se nos juzgue de ser personas que no cumplen su palabra. Por eso el
Maestro del libro de Eclesiastés, sin vueltas ni rodeos, nos exhorta a
que cumplamos nuestros compromisos con los demás, comenzando con Dios
mismo. Dice así: «Si le haces una promesa a Dios, no te tardes en
cumplirla.... Recuerda que “vale más no prometer, que prometer y no
cumplir”.... Tampoco te disculpes luego con el sacerdote, y digas que
lo hiciste sin querer.
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