A todos nos interesa conservar la salud. El siguiente consejo sobre
cómo lograrlo proviene de un campesino de setenta y nueve años de edad
de Camagüey en la isla de Cuba. En una entrevista que se le hizo a
principios de la década de 1960, Justo declara: «Hay un dicho que dice
que la salud entra por la boca y hay otro que dice que el cuidado de la boca es la salud del cristiano,
que viene a decir lo mismo de otra manera. Esos dichos quieren decir
muchas cosas...: que se debe comer bien, sin robarle la comida a nadie,
pero sin hartarse; que no se debe comer lo que se sabe que hace daño;
que no se debe comer lo que uno no conoce sin hacer antes una prueba
con un poquito, por si acaso...»
Si le hemos prestado atención a Justo, con mayor razón debemos
hacerle caso al sabio Salomón en cuanto a este importantísimo tema. Uno
de sus proverbios más sustanciosos dice así: «Panal de miel son las
palabras amables: endulzan la vida y dan salud al cuerpo.»
Si bien «la salud entra por la boca», Salomón nos da a entender que es
por allí mismo que sale. De modo que debemos tener mucho cuidado con
las palabras que salgan de nuestra boca. Si son amables y oportunas,
surten el efecto de un panal de miel, pero multiplicado por dos:
endulzan la vida y dan salud al cuerpo tanto del que las pronuncia como
del que las recibe. Por eso también escribe el incomparable
proverbista: «Como naranjas de oro con incrustaciones de plata son las
palabras dichas a tiempo.»
A la inversa, las palabras malas y dañinas son igualmente
perjudiciales. Sobre este poder de las palabras se pronuncia de manera
tajante el apóstol Santiago. Por una parte juzga que la lengua es un
mundo de maldad que contamina todo el cuerpo, un fuego que a su vez
incendia todo el curso de la vida, un mal irrefrenable, lleno de veneno
mortal. Pero por la otra concluye que, así como con la lengua
maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios, también con ella
bendecimos a nuestro Señor.
¿De veras nos interesa conservar la salud física? Si es así,
debemos reconocer que la salud espiritual es muchísimo más importante
porque es eterna. Para tener esa salud espiritual basta con que
acatemos las palabras de San Pablo, que dijo: «Si confiesas con tu boca
que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de
entre los muertos, serás salvo.»
Es sólo
cuestión de reconocer a Jesucristo como Señor de nuestra vida. Una vez
que hayamos empleado la lengua para tomar esa decisión sin igual,
vamos a querer emplearla, como señala Santiago, para bendecir a nuestro
Señor.
Entonces nos esforzaremos por llevar a la práctica el proverbio
de Salomón que dice: «El charlatán hiere con la lengua como con una
espada, pero la lengua del sabio brinda alivio.» 6 Así, como nos recuerda Justo de Camagüey, «el cuidado de nuestra boca será nuestra salud»
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