Jesús prometió que
vendría a buscar a los creyentes, es decir, a los que depositaron su
confianza en él. Por eso los creyentes deseamos su venida. La Biblia nos
habla del cielo y de los que viven en él, como si quisiese
familiarizarnos con el lugar donde vamos a entrar. Una persona que va a
cambiar de país se informa sobre el nuevo país y sobre lo que encontrará
allá: costumbres, idioma, paisajes, habitantes…
Estamos a punto de
llegar al cielo. La Biblia nos habla de la casa del Padre (Juan 14:2)
donde hay un lugar preparado, donde el Padre y el Hijo viven, lugar en
el cual la felicidad no tiene fin. Tenemos la seguridad de que estaremos
con Jesús y seremos semejantes a él. Esto es incomprensible para
nuestra inteligencia limitada, pero, con la confianza de la fe, nos
aferramos a las promesas de Dios. Él desea tenernos a su lado, ¡qué
perspectiva!
Cristianos, vivimos en un mundo que pasa (1 Juan 2:17).
¿Esperamos el momento en que veremos al Señor? “Nosotros también
gemimos” esperando “la redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8:23).
Pronto, lo mortal será “absorbido por la vida” (2 Corintios 5:4), una
vida con el Señor, sin sombra alguna.
Si pasamos por la muerte es
para ir a nuestro verdadero país, nuestra casa celestial. Al pensar en
esto el apóstol Pablo se alegraba de “partir”. Para él la muerte era una
ganancia. Mientras esperaba, se esforzaba ardientemente en agradar a
Dios.

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