Satanás tuerce la verdad acerca del
matrimonio al insinuarles a las mujeres que su objetivo es la felicidad y
la realización personal, que no pueden ser felices sin un esposo que
las ame y supla sus necesidades.
Después de conseguir un esposo, muchas
mujeres comienzan a creer la siguiente variación de dicha mentira: “Mi
esposo tiene que hacerme feliz”.
El objetivo último del matrimonio no es
hacernos felices, sino glorificar a Dios. Las mujeres que se casan con
el propósito de encontrar la felicidad se alistan para una gran
decepción y pocas veces encuentran lo que buscan.
Las mujeres que creen que necesitan un
esposo para ser felices con frecuencia terminan en relaciones que Dios
nunca planificó. La verdad es que la felicidad no se encuentra en (o
fuera del) matrimonio. En ninguna relación humana se encuentra la
felicidad. El verdadero gozo solo se encuentra en Jesucristo.
La verdad es que Dios ha prometido
suplir todas nuestras necesidades, y si Él considera que un hombre puede
hacer que le glorifiquemos entonces traerá un esposo.
La verdad es que el contentamiento no
radica en tener todo lo que deseamos, sino en decidir estar satisfechas
con la provisión de Dios.
La verdad es que las personas que
insisten en hacer su propia voluntad terminan casi siempre en
aflicciones. En cambio, los que esperan en el Señor siempre obtienen lo
mejor de Él.
Otra mentira del maligno es tengo la
obligación de cambiar a mi esposo. La mayoría de las mujeres nacimos con
la inclinación de querer arreglarlo todo. Si algo está mal, nos
apresuramos para arreglarlo. Si alguien se equivoca, de inmediato lo
corregimos. El instinto es casi irresistible, en especial con los que
viven bajo el mismo techo. No obstante, esta idea de que somos
responsables de cambiar a otros solo se traduce en frustración y
conflicto.
Dentro del matrimonio esta mentira hace
que la mujer pierda de vista su propia necesidad de cambio y su andar
con el Señor, lo cual sí es su responsabilidad. Además, centra su
atención en las faltas de otros. El hecho es que ella no puede cambiar
el corazón de su esposo (o de sus hijos). Más bien puede ayudar al
Espíritu Santo en la tarea de cambiar su propio corazón.
Si una esposa se preocupa por corregir
las imperfecciones y faltas de su esposo en realidad asume una tarea que
Dios nunca le encomendó, y con toda seguridad terminará frustrada y
resentida con su esposo y quizás con Dios mismo.
También podría estorbar la obra
transformadora de Dios en su esposo. Muchas esposas cristianas no
comprenden que tienen a su disposición dos “armas” poderosas y mucho más
eficaces que los regaños, las quejas y los sermones. La primera es una
vida piadosa que Dios usa para traer convicción y hambre espiritual al
esposo (vea 1 P. 3:1–4).
La segunda es la oración. Si una esposa
persiste en señalarle al esposo sus faltas lo más probable es que él se
resista y trate de defenderse. Por el contrario, si ella entrega su
preocupación al Señor acude al poder supremo que puede obrar en la vida
de su esposo.
Una mujer a la que dejé de ver durante
diecisiete años se me acercó hace poco en una boda para decirme: “¡Tú
salvaste mi matrimonio!” Le pedí que me recordara lo sucedido. Ella me
contó que en ese tiempo me pidió consejo acerca de la vida espiritual de
su esposo. Entonces recordó: “Tú me dijiste: ‘No es tu responsabilidad
cambiar a tu esposo, sino la de Dios. Ve y dile a tu esposo lo que hay
en tu corazón y luego retírate y deja que Dios haga el resto’”. Luego
añadió: “Durante todos estos años he puesto en práctica ese consejo y lo
he compartido con muchas otras mujeres casadas”.
Después me narró lo que había
significado para ella esperar en el Señor antes de ver un cambio en su
esposo. Durante dieciséis años oró y esperó sin ver señal alguna de
respuesta por parte de Dios. Aunque su esposo profesaba ser cristiano,
su falta de interés por las cosas espirituales y de fruto hacía dudar de
una verdadera relación con el Señor.
Luego, sin razón aparente y después de
tantos años, el Espíritu encendió la luz y produjo un cambio dramático
en su esposo. No hay una explicación humana para el cambio que
experimentó aquel hombre, aparte de Dios y una esposa fiel que en verdad
aprendió a orar por su esposo.
Nancy Leigh DeMoss, Editorial Unilit

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