El glamour de la visión termina en el
momento en que tienes que firmar un contrato. No puedes darte el lujo de
quedarte a vivir frente a la zarza que no se consume. A lo largo del
ministerio, me he encontrado con muchísima gente que tiene visiones, se
embriagan con grandes sueños, pero les falta determinación y nunca
logran vivir lo que visionaron.
Sé lo que estás pensando: «Bueno, si
estuviera seguro de que Dios me habló o me envió a hacer tal cosa, no
dudaría ni un segundo en hacer lo que me pide».
Yo pensaba lo mismo, hasta que tuve que
estampar mi firma en contratos millonarios, A los veinticuatro años de
edad, alquilé el primer gran estadio para una cruzada, Aunque solo era
una visión, era divertido, adrenalínico. Pero cuando el dueño del
estadio me miraba como a un insecto y decía: «¿Está consciente de que el
alquiler del estadio cuesta sesenta mil dólares por una sola noche de
cruzada y debe abonarlo por adelantado?», es exactamente ahí cuando
quieres huir del planeta, por razones de sentido común.
No tienes dinero, no te conocen, no
posees respaldo financiero, estás solo; pero necesitas tomar una
determinación. Una decisión que podría afectar a otros miles y tu único
respaldo es la zarza que viste en la intimidad.
Ponte un poco más cómodo, que quiero contarte algunos secretos que pocas veces he expresado; me he prometido no ocultarte nada.
Durante el año 1998, nuestro ministerio
estuvo en serios tratos con el gobierno de la ciudad de Buenos Aires
para realizar una gran cruzada en la Plaza de la República , el sitio
que es más conocido por su obelisco. Hasta ese momento, nunca se habla
hecho una concentración cristiana masiva en el centro de la ciudad.
Estábamos seguros de que Dios nos había dado la orden, pero aún no
teníamos el permiso oficial de la ciudad.
Por aquel entonces, teníamos un programa
de televisión que se emitía todos los sábados por e canal estatal; así
que empezamos a anunciar una gran cruzada, un megaevento en el corazón
de Buenos Aires, el popular obelisco. Hicimos miles de afiches que
diseminamos por todo el país y promovimos el evento en todas las
emisoras radiales de la nación, A los pocos días, estábamos sentados
frente a uno de los representantes del jefe de gobierno de aquel
entonces, el Di”. Fernando de la Rúa.
—A ver si nos entendemos, Gebel —me dijo
mirándome por sobre sus anteojos—, usted no puede promocionar un evento
multitudinario en el obelisco de la dudad si antes no le otorgamos el
permiso, ¿está claro?
El hombre estaba molesto, se podía
percibir en el ambiente. Su escritorio era inmenso, una enorme
biblioteca atiborrada de libros de código penal fe daban un marco frío,
impersonal. Fumaba un horripilante cigarro y, de vez en cuando, arrojaba
las cenizas en un cenicero rodeado de fotografías que lo retrataban
Junto a famosos funcionarios del país.
—Esta ciudad tiene dueño —dijo con tono
impertinente— y usted, jovencito, no me puede hacer una concentración
aquí. No podemos permitir un caos en el tránsito, calles cerradas e
hipotéticos incidentes lamentables.
—Entiendo perfectamente lo que me dice
—dije casi a media voz— pero ya hicimos la publicidad en todo el
interior del país; no creo que podamos detener a cientos de jóvenes que
vendrán en ómnibus desde distintos puntos del país.
Hubiese querido explicarle que además
Dios me lo había dicho. Que estaba obedeciendo órdenes divinas, que
había tomado una decisión que no podía revocar, pero el funcionario era
expeditivo y austero de palabras. Así que, opté por esperar su
respuesta. El hombre hizo un silencio eterno, mientras aspiraba el humo
del tabaco e intoxicaba sin piedad la fría oficina. Entonces, eligió
subestimarme.
—En el caso de que le otorgáramos el permiso oficial, ¿cuántos jóvenes cree que va a reunir en el obelisco?
—Más de ochenta mil —contesté sonriendo.
—No se desmoralice, pero el único que
reunió a esa gente aquí, se llama Ricky Martín y, que yo sepa, usted no
canta, Póngase en mi lugar, si le doy el aval para realizar ese evento,
cierro las calles, dispongo a la Policia Federal , genero un caos en la
dudad, y a usted lo vienen a escuchar su mamá y su abuela, y yo pierdo
mi puesto. ¿Me entiende, Gebel?
Ahora quiero que dejes simplemente de
leer el libro y me acompañes a esa oficina. Imagina que estás sentado
allí conmigo, intoxicándote con el humo y congelándote el alma. Este
hombre que nos mira por sobre sus gafas y entre el humo de su cigarro,
no está bromeando. No es tu líder de jóvenes tratando de desalentarte
con respecto a la reunión del sábado próximo. No es tu esposa diciéndote
que no cree tener tiempo de prepararte la cena. Tampoco es un patrón
que no puede aumentarte el salario. Este hombre representa al gobierno y
todo lo que dice tiene razón desde la óptica del sentido común. Si él
no quiere, no hay permiso oficial. Si se enoja, estaremos fuera de su
oficina y fuera de carrera. Y ahora, quiere que lo convenza de que
compartimos la misma popularidad con Ricky Martín. Que llegarán más de
ochenta mil personas allí, simplemente porque a mí se me ocurre.
¿Ves? Sabía que me ibas a abandonar.
Quieres levantare respetuosamente de la silla, excusándote de que todo
esto fue un error. Nos vamos rápido y todo olvidado, esto es una locura.
¿En qué pensábamos cuando solicitamos esta entrevista?
Pero si quieres ser campeón, debes tener
corazón inquebrantable. Debes tener determinación.’ Cuesta un horror,
pero hay que intentarlo- No puedes volverte atrás ahora.
En los juegos olímpicos que se llevaron a
cabo en Seúl, Corea, en la final de los cien metros «mariposa» de
natación, Matt Biondi era el favorito. AJ mirar a los dos nadadores que
venían en los carriles cerca del suyo y viéndose delante de ellos, no
dio la última brazada- Error terrible, Anthony Nesty, 3 quien no veía,
llegó antes y se llevó e! oro.
Así que no puedes permitirte no dar la última brazada. Un último esfuerzo, otro round.
—Mire, estoy consciente de que no soy
una estrella pop —le dije respetuosamente, luego de tomar aire—, pero si
no me otorga el permiso, en lugar de un evento, habrá una enorme
manifestación. No puedo reprimir a la gente, apenas faltan veinticuatro
días y, créame, cuando le digo que colmaremos (a dudad.
No sé qué se le cruzó por la cabeza,
pero e! hombre sonrió o al menos trató de hacerlo. Tal vez le parecí un
demente o, en algún rincón del alma, le caí bien. Volvió a aspirar su
cigarro durante una eternidad, se reclinó sobre su sillón verde y me
dijo en tono irónico:
—Está bien. Esto es lo que haremos. Voy a
hacer todo lo posible para que el gobierno de la ciudad le otorgue el
permiso, pero aun así, si usted logra convocar a veinte mil personas,
solo veinte mil, yo le ofrezco una oficina y un escritorio en e)
gobierno.
Había sido una enorme victoria. Aun a
pesar de que el funcionario me subestimaba, sentía que Dios se traía
algo entre manos. En menos de diez días, teníamos el permiso que tanto
anhelábamos, ahora solo habla que trabajar duro para una enorme cruzada.
Dos días antes del evento, el 10 de
diciembre, se levantaba un imponente escenario frente al obelisco de la
ciudad. Enormes pantallas gigantes a los lados, un despliegue de sonido
inimaginable se erguía en grandes torres sobre la avenida principal,
pero le equivocas, no era nuestro evento, Estaban preparando «la fiesta
del tango», organizada por la secretaría de cultura, que dependía
directamente de la presidencia de la nación. Una fiesta de tango, el
género musical más popular de Argentina, organizada para el mismo día, a
la misma hora y en el mismo lugar.
Llamé de inmediato a mi ocasional amigo funcionario.
—Tiene que haber un error —dije
temblando—, usted me dio el permiso oficial para realizar una cruzada de
jóvenes en el obelisco, pero me acabo de enterar de que para ese mismo
día, a la misma hora y en el mismo lugar, habrá una fiesta del tango.
—Asi es. En realidad usted quedó en
medio de una terna política. Le dimos el permiso como gobierno
independiente de la ciudad, pero la fiesta del tango la respalda el
propio presidente. Lo siento.
—Entonces, ¿qué se supone que debo hacer? —le pregunté indignado—, ¡no puedo suspender todo dos días antes!
—En fin, eso lo decide usted. Si quiere
arme su escenario enfrente. ¿No dijo que juntaba más gente que Ricky
Martín? vamos, Gebel, que gane el mejor.
Parecía una broma de mal gusto. Un
pesado chiste fuera de lugar. Dos escenarios enfrentados a solo veinte
metros. El mismo horario de inicio para ambos eventos, el mismo día. Dos
altares. El evangelio y el tango. David y Goliat. Los baales y Elias.
Suena épico, pero aún recuerdo lo que
sentíamos mi esposa y yo. Nauseas. Jaqueca. Mareo. Dolor de estómago. Y
preguntas, muchas preguntas. Queríamos hacer una cruzada, no una guerra.
«Mi consejo, es que no sigas con esto»,
me dijo un pastor por teléfono, «yo no puedo permitir que los jóvenes de
mi iglesia vayan a una concentración donde pueden desatarse incidentes-
La fiesta del tango la organiza el propio presidente de la república.
En tu lugar, cambiaría el evento para un -futuro cercano».
Determinación bajo presión. Decisiones
tan mortalmente serias que afectan el futuro de miles. Sencillas
decisiones que generan un golpe cósmico espiritual.
En las olimpíadas de Sydney, el luchador
americano Rulon Gardner determinó que podía ganar al favorito, el ruso
Ale-xandre Kareline, conocido como King Kong, que jamás había perdido
una sola lucha en trece años. Y logró a medalla.
Misty Imán, una nadadora desconocida, le
arrebató el titulo a Sussie O’ Nelly en los doscientos metros. 0′Neill
tenía la marca mundial en su especialidad, hasta que alguien determinó
que podía ganarle.
¿Recuerdas al viejo carpintero?, cada
vez que veo a mi papá no puedo olvidar el día en que cerró su puño y
determinó no volver a beber nunca jamás, y ya lleva veintisiete años
desde aquella sabia decisión. Un campeón no puede abandonar la carrera
faltando cien metros.
En Munich, en 1972, en la carrera de los
diez mil metros, el sueco Lasse Viren rodó por el suelo. El resto de
los competidores le quitaron cincuenta metros de ventaja, pero Lasse se
reincorporó. Él no fue hasta ahí para quedar octavo o noveno, o pedir
una segunda oportunidad. Así que no se recostó en la pista, siguió
corriendo como nunca, y alcanzó a sus rivales. Llegó primero a la meta y
batió el récord mundial: 27 minutos y 38 segundos.
No puedes dejarte intimidar por el
rival, aunque sea el mismísimo presidente. Y si no me crees, cuando
vayas al cielo, pregúntale a Moisés, Dile que te cuente acerca del
Faraón y su corazón endurecido. Interrógalo con respecto a la diferencia
entre lo que sintió frente a la zarza y más tarde frente al feudal
gobernador de Egipto.
Cuando recibes la visión, te sientes un
héroe; pero cuando estás cumpliendo la orden y bajo presión, llegas a
pensar que Dios se equivocó de hombre,
Al fin, el 12 de diciembre de 1998, a
las nueve de la noche, comenzó la cruzada en el obelisco, y a esa misma
hora, la fiesta del tango. Ellos convocaron a seiscientas personas,
nosotros a cien mil. La prensa estaba conmovida. Uno de los más
importantes matutinos del país lo describió asi: “La fiesta tradicional
de) tango se vio opacada por una megacon-centración cristiana donde se
promovieron los valores y el predicador pregonó la necesidad de que la
Argentina se vol viera a Dios».
Históricamente, cien mil Jóvenes
colmaron la avenida principal de la ciudad y exaltaron a Jesucristo
durante más de cuatro horas. Fue una de las victorias del Señor más
grandes de nuestro ministerio,
Aquel funcionario del gobierno que nos
había subestimado y no paraba de fumar, me llamó una hora antes del
evento y me dijo que el Dr. Fernando de la Rúa podía estar en nuestro
escenario. Cuando le recordé por teléfono que prometió darme un
escritorio en el gobierno, solo dejó oír una ahogada risa. Aun así lo
recibimos cordialmente y oramos por él y el entonces jefe de gobierno,
La fiesta del tango apenas duró una hora
y abortaron el acto. No teníamos nada contra ellos, solo que nosotros
teníamos el permiso y ellos eran los virtuales intrusos.
Aunque aún no hayas reunido el dinero,
no abandones. A pesar de que la enfermedad avance, no te detengas. Aun
después de ese desengaño amoroso o luego de esa amarga decepción,
vuélvete a incorporar. No permitas que el rival te subestime y se quede
con tu tiíulo. Una última brazada puede hacer la diferencia entre la
derrota y el oro. Puedes levantar el puño del campeón al cielo y tomar
una decisión.
Una simple determinación siempre afectará a una multitud. Y si aún te quedan dudas, pregúntale al viejo carpintero.
Editorial Vida/Zondervan.

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