En su fiesta de cumpleaños, la invitada de honor invirtió las cosas
al darle un regalo a todos los presentes. Cristina le entregó a cada uno
una nota donde expresaba lo que esa persona significaba para ella,
junto con palabras alentadoras sobre lo que Dios había planeado para sus
vidas. Además de la nota, incluyó una pieza de rompecabezas, como un
recordatorio de que cada uno es único e importante en el plan divino.
Esa experiencia me ayudó a leer 1 Corintios 12 con una nueva
perspectiva. Pablo comparó la Iglesia, el cuerpo de Cristo, con un
cuerpo humano. Así como nuestro cuerpo físico tiene manos, pies, ojos y
oídos, y todos son parte de un mismo cuerpo, ningún seguidor de Cristo
puede declararse independiente del cuerpo ni ninguna parte puede decirle
a otra que es innecesaria (vv. 12-17). «Dios ha colocado los miembros
cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso» (v. 18).
Es fácil sentirse más insignificante que otros cuyos dones son
diferentes o quizá más visibles. No obstante, el Señor desea que nos
veamos como Él lo hace: creados en forma exclusiva y altamente valorados
por Él.
Eres una pieza del cuadro que sin ti está incompleto. Dios te ha
dotado para que seas una parte importante del cuerpo de Cristo, para
honrarlo.
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