“…LOS HABRÍA DESTRUÍDO DE NO HABERSE INTERPUESTO MOISÉS… DELANTE DE ÉL” (Salmo 106:23)
La oración no es sólo cosa tuya, está relacionada con otros también.
Detrás de cada gran avivamiento -lo que cambia radicalmente a las
personas y sacude a las
comunidades- hay una fuerza invisible e imparable conocida como “intercesores”.
¡Muchas de las victorias que celebramos en público fueron
ganadas, primeramente, por esos intercesores en el lugar secreto de
oración! Es su ministerio especializado. ¿Podría ser que Dios te esté llamando a ser uno de ellos?
Es un llamamiento doble; primero ministras al Señor por medio de la
oración, y después sirves a los necesitados a través de tu testimonio.
Aunque tus débiles
extremidades no te puedan llevar más allá de la entrada de tu casa,
mediante la oración puedes limitar los movimientos de Satanás y derrotar
sus estrategias más
sofisticadas. ¿Que cómo? Pues, llamando a las fuerzas
del Cielo para que entren en cualquier situación, lugar y hora con el
fin de ayudar a cualquier persona.
¡No es de extrañar que el enemigo hará todo lo que esté a su alcance para impedir que ores!
Examina estas dos porciones de las Escrituras:
(a) “Pídeme, y te daré por herencia las naciones y como
posesión tuya los confines de la Tierra” (Salmo 2:8). ¡Ya es hora de
dejar atrás la oración: “Bendíceme”, y empezar a orar por las naciones!
Lo que en la Tierra declaras orando (si está en línea con su Palabra),
Dios lo autorizará en el Cielo.
(b) “…la mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues,
al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mateo 9:37b,38).
Funciona así: Tus oraciones mueven a Dios, y Él mueve a las personas.
Las personas mueven a las naciones, y así las naciones son cambiadas.
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