Tranquilo iba el vuelo en la pequeña avioneta Cessna. Era el
anochecer y se acercaban a Flagstaff, Arizona. En el avión iban el
piloto William Graham, y un pasajero, amigo suyo, Mateo Kornblum.
Todo iba normal cuando, de repente, William Graham se llevó una
mano al corazón. «No me siento bien», alcanzó a decir. En seguida se
desmayó. Kornblum logró apartar al piloto de los controles y tomar él
mismo los del lado suyo. Pero Kornblum nunca antes había pilotado un
avión. ¿Qué iba a hacer? La oscuridad se acercaba, estaban entre
montañas, y él no sabía nada de aviones.
Kornblum se había dado cuenta de cómo su amigo William, el piloto,
manejaba la radio, y en seguida dio aviso de que su piloto se había
desmayado. La respuesta fue inmediata. «No se aflija. Desde acá
recibirá instrucciones.»
Así fue. Kornblum prosiguió a describir la posición de todo en el
tablero, y sistemáticamente fue recibiendo instrucciones. En cierto
momento oyó otra voz, pero no la del aeropuerto. Era la voz de Julio,
que volaba a su lado en otra avioneta. Julio fue describiendo, paso a
paso, cómo hacer descender el avión sobre la pista, y así sucedió algo
que Kornblum nunca creyó poder hacer: aterrizó sano y salvo. Lo que
Kornblum no sabía era que su amigo, William Graham, había muerto.
Debe de ser horrible volar en una pequeña avioneta cuyo piloto ha
muerto, sin saber uno cómo pilotarla. ¿Qué hacer? Tres cosas hizo
Kornblum: sintonizó la radio, siguió las instrucciones y tuvo fe en el
piloto que volaba a su lado.
¿Qué hacer cuando algo imprevisto y grave nos sucede en la vida?
El incendio de la casa. Un accidente de tránsito. Un naufragio en alta
mar. ¿Qué podemos hacer?
¿Qué hacer cuando descubrimos la infidelidad de nuestro cónyuge,
cuando comprobamos que un hijo es drogadicto, cuando, por desfalco de
un socio, todo el negocio se viene abajo? ¿Qué hacer? ¿Reaccionar con
violencia? ¿Armarnos de un revólver? ¿Escapar al alcohol?
Nada de eso es necesario. Todos tenemos un piloto inmortal para
guiarnos. Ese piloto es Jesucristo. Él puede, con toda calma, librarnos
del mal. Pero tenemos que hacer lo que hizo Kornblum: mantener la
sintonía con Dios en oración, atender a las instrucciones de su
Palabra, la Biblia, y tener fe en Él.
Confiemos en Dios. Los que están en las manos de Dios nunca se
desesperan. A los que confían en Él, Dios les da su gracia para
sobrevivir a cualquier calamidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario