Fui engrandecido…No negué a mis ojos ninguna cosa que
desearan…y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu,y sin
provecho… Eclesiastés 2:9-11.
(Jesús dijo:)
El que bebiere del agua que yo le daré,no tendrá sed jamás;sino que el agua que yo le daré será en él
una fuente de agua que salte para vida eterna. Juan 4:14.
Un pensador escribió: «Cierto día, en una feria, entré en una sala
llena de espejos deformadores. Todo parecía que estaba torcido y
desproporcionado. Esta sensación de distorsión frecuentemente me vuelve a
la memoria cuando pienso en la vida en este mundo. Aun cuando todo va
más o menos bien, aspiramos a no sé qué de indefinible, algo que nunca
descubrimos. A veces pensamos que con un cambio de patrón, una nueva
relación, todo iría mejor, pero esto no dura. En nosotros subsiste un
suspiro, una sed de algo que nunca se produce».
Esta aspiración a la perfección, a lo infinito, a lo absoluto, ¿no es
en el fondo una búsqueda de Dios y una necesidad de contacto con él?
Entonces, ¿cómo podemos conocer a Dios, quien es más grande que nuestra
razón, e invisible? (Colosenses 1:15).
Él se revela a aquel que humilde y confiadamente lee la Escritura. Al
hacerlo obtenemos no sólo la certeza de la existencia de Dios, sino que
también somos conscientes de que él está cerca de nosotros y nos ama.
Mediante su Palabra Dios se revela como el que aplaca nuestra más
grande sed, el que responde a nuestras más altas aspiraciones. Lo hace
atrayéndonos a Jesús, la fuente de vida, el que puede limpiarnos de
nuestras faltas y dar sentido y plenitud a toda nuestra existencia si
confiamos en él.
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