(Jesús se hizo hombre) para destruir por medio de la muerte
al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo,y librar a
todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida
sujetos a servidumbre. Hebreos 2:14-15.
Por encima de las cataratas del Niágara se hallan los restos de un
barco naufragado que chocó violentamente contra las rocas y zozobró. Las
mismas rocas que se hallan en el río impidieron que fuera arrastrado al
abismo. Se dice que sólo un tripulante se salvó.
El barco naufragado ha permanecido en el lugar del naufragio a la
vista de los turistas. Los restos del barco son una severa advertencia
acerca de las fuerzas destructivas que conducen nuestra vida hacia el
abismo de la muerte. Somos demasiado débiles para luchar contra ellas.
Ningún ser humano tiene la fuerza para oponerse a la corriente mortal
que empuja su vida hacia abajo.
Felizmente existe Alguien que venció a la muerte: Jesucristo, el Hijo de Dios.
Es cierto que Él mismo tuvo que pasar por la muerte, pero ésta lo pudo
retener. ¡Cristo resucitó! Ahora vive para siempre y desea librarnos del
poder de la muerte y darnos vida eterna. Por la fe él quiere unirnos a sí mismo y ponernos para siempre del lado de la resurrección.
En cierta ocasión dijo a Marta, la hermana de Lázaro: “Yo soy
la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto,
vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.
¿Crees esto?” Ella respondió: “Sí, Señor; yo he creído que tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo” (Juan 11:25-27). Nosotros, ¿también creemos en él?
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