Hablamos sabiduría de Dios…la que ninguno de los príncipes de
este siglo conoció;porque si la hubieran conocido,nunca habrían
crucificado al Señor de gloria. 1 Corintios 2:7-8.
Jesús le dijo:
¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? Juan 14:9.
Cuando el Hijo de Dios vino a la tierra no se reveló con poder y con
majestad. Creció en la pequeña y menospreciada aldea de Nazaret, donde
aprendió un oficio manual. Jesús vino a nuestro
encuentro en la más grande humildad: los pobres y despreciados podían
acercarse a él. Escondió su gloria divina para compartir nuestra
condición y, ante todo, para dar su vida por amor.
Exteriormente nada distinguía a Jesús de los demás
hombres. Pero al mismo tiempo era completamente diferente de los demás, e
incluso fue incomprendido por sus hermanos. Su amor, su ardiente deseo
de glorificar a Dios, sus palabras y sus hechos, todo era único en él.
Los grandes de este mundo no discernieron quién era Jesús. Sólo los humildes, los que se daban cuenta de su perdición moral, comprendieron que Jesús era el Mesías prometido, el Salvador del mundo. Aun hoy Jesús
no se impone, mas se revela a aquel que lo busca. Podemos encontrarle,
no físicamente, sino por la fe. Pero lo que nos impide hacerlo son
nuestros prejuicios, nuestra incredulidad, nuestro orgullo y nuestras
pretensiones. Sin embargo Jesús nos espera. Para
encontrarle, leamos las “Sagradas Escrituras” empezando por los
evangelios, y pidiéndole a Dios que quite de nuestro corazón las
barreras que nos impiden confiar en él.
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