Cuando las tormentas de nieve sepultan las tierras de pastoreo, los
hacendados son quienes se ocupan de alimentar a sus animales. Mientras
esparcen el heno, los animales más fuertes se abren paso hacia el
frente. Los tímidos o enfermos consiguen comer poco o nada, a menos que
él intervenga.
Los obreros en campamentos de refugiados o en almacenes de alimentos
reportan un comportamiento similar. Cuando abren las puertas a los
necesitados, los débiles y los tímidos, estos tal vez no llegan hasta el
frente. Como sucede con los hacendados, estos medios de ayuda
humanitaria deben adoptar medidas para asegurarse de que sus servicios
lleguen a los marginados más débiles, cansados y enfermos.
Estos grupos practican el principio establecido por Dios hace tiempo.
En Levítico 19, Moisés instruyó a los agricultores a dejar parte de sus
cosechas para los pobres y los extranjeros, de modo que tuvieran algo
para comer (vv. 9-10).
Nosotros también podemos servir como cuidadores de los débiles y los
cansados, y honrar a Dios ayudando de diferentes maneras: maestros
incentivando a alumnos callados a que se expresen, obreros acompañándose
en sus luchas, prisioneros cuidando a los recién llegados o padres
prestando atención a sus hijos.
Mientras procuramos servir a los necesitados, que la gracia de Dios
que nos salvó cuando nos hacía falta nos impulse a alcanzar a otros que
están en la misma condición.
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