“Pero tú, Señor, me rodeas cual escudo; tú eres mi gloria; ¡tú mantienes en alto mi cabeza!” Salmo 3:3 (RVR)
Hay un gesto que es inequívoco. Cuando alguien se siente derrotado suele
bajar la cabeza y encorvar los hombros. Da la impresión que se achica.
Cuando un equipo de futbol pierde el partido, por lo general sale con la
cabeza baja. El otro lado de la moneda es el equipo victorioso. Se va
con la cabeza erguida, saludando a todos, sonriendo y pisando fuerte.
La humanidad insiste en dividir a las personas en dos grupos:
ganadores y perdedores. E intenta vendernos imágenes de cada uno de
ellos. Si analizamos las propagandas de la televisión, vamos a notar que
cualquier bebida alcohólica que se promociona siempre viene asociada
con chicas con poca ropa, autos fabulosos, fiestas super divertidas y
muchachos musculosos, elegantes o ganadores.
¿Cuál es el mensaje? Si querés ser un ganador, tenés que tomar esa
bebida. Es un terrible engaño, ya que la gran mayoría de los que la
consumen, nunca podrán tener un auto tan bello, ni tendrán un harén de
bellas mujeres deseando estar cerca, ni serán hombres codiciables para
la mayoría de las mujeres. Sin embargo, la publicidad logra que
compremos la bebida.
Este falso estereotipo de personalidades se replica en la vestimenta,
la nacionalidad, el estudio, el color de pelo, el tipo de cuerpo, el
peso de las personas. Se nos trata de imponer desde el marketing modelos
exitosos. Y como la gran mayoría de nosotros no tenemos ese perfil, nos
vemos inmersos en el terrible problema de la mayoría perdedora que mira
desde lejos a los pocos exitosos.
Dios tiene otros paradigmas. Y lo más maravilloso es que el valor de
las personas para Dios no depende de su dinero, de su belleza, de su
delgadez, de su altura o de sus autos. El verdadero valor de las
personas radica en su relación con Dios. Una persona exitosa para Dios
es aquella que tiene íntima cercanía con Dios.
Al tener a Dios tan cerca de sus decisiones y pensamientos, esta
persona tiene una gran ventaja. Dios es su escudo. Es quien lo defiende,
quien lo cuida. Y por ser tan valioso, Dios se esmera en protegerlo.
Tanto, que es Dios mismo quien lo dignifica y pondera. Un verdadero hijo
de Dios, que tiene la plenitud del Espíritu Santo en su vida, es un ser
exitoso y valioso porque Dios lo honra.
REFLEXIÓN – Si Dios te levanta, ¿Quién puede decirte fracasado?
“Pero tú, Señor, me rodeas cual escudo; tú eres mi gloria; ¡tú mantienes en alto mi cabeza!” Salmo 3:3 (RVR)
Un gran abrazo y bendiciones
Dany
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