Cada año, Elcana pagaba por los
sacrificios que había que ofrecer como expiación por los pecados de la
familia, y también hacía ofrendas de agradecimiento por la provisión de
Dios y sus bendiciones. Sus acciones indican que era un hombre justo
interesado por honrar al Señor. Sin embargo, la Biblia nos dice que la
familia de Elcana estaba profundamente preocupada.
La esterilidad de Ana no era solo motivo
de dolor para ella, sino que también amenazaba la continuidad de su
linaje. Los hijos eran vistos como bendición de Dios, como prueba de su
favor, y como los futuros proveedores de la familia. Los varones, en
particular, perpetuaban el nombre de su padre y acrecentaban su riqueza.
Fue, tal vez, por la esterilidad de Ana,
que Elcana había tomado una segunda esposa, Penina. Ésta le dio muchos
hijos e hijas, pero en vez de que esto le diera un motivo para ser
amable o generosa, sus logros como esposa sacaron a la luz lo peor de su
carácter. Penina “la irritaba [a Ana], porque Jehová no le había
concedido tener hijos. Así hacía cada año, cuando subía a la casa de
Jehová” (1 S 1.6, 7). Para Ana, el tiempo dedicado para adorar al Señor
significaba también expresar una dolorosa humillación, y un recordatorio
público de que el Dios que ella amaba no había respondido sus
oraciones. En vez de eso, Él había decidido bendecir a su rival, una
mujer cruel y malintencionada.
Ana tenía varias opciones para aliviar
su dolorosa situación. Pudo haber señalado a Penina, culpando a esta
maliciosa mujer de todo su dolor y aflicción. Pudo haber insistido en
que Elcana enviara lejos a esta otra esposa, o haberle pedido que
engendrara un hijo con una criada suya para que ella lo criara como
suyo. Pero las acciones de Ana nos dicen que ella no quería cualquier
respuesta: quería la respuesta de Dios.
Después de llegar a Silo para adorar,
Ana salió sin ser vista por su familia, para orar. Oró para sí misma, y
por sí misma, lo cual era algo inusual. Los sacerdotes, en ese tiempo,
hacían sacrificios por las familias y oraban por ellas. El hecho de que
Ana le suplicara al Todopoderoso por su propia cuenta, no era el
procedimiento habitual.
Rompió con la tradición por su
desesperación, no por rebeldía, ya que el dolor que le producía sus
oraciones sin respuesta la había llevado a buscar la ayuda divina de
manera diferente.
Mientras Ana oraba, su boca se movía con
palabras indecibles de sufrimiento. Le rogó a Dios que le diera no solo
un hijo, sino que también fuera varón, y prometió ofrecerlo como siervo
del Señor para siempre. Los primogénitos en Israel eran siempre
considerados propiedad de Dios, pero Él ya había provisto una manera de
“redimir” simbólicamente a cada hijo. Sin embargo, Ana le prometió que
no redimiría al niño, sino que éste viviría en el templo y le serviría
al Señor durante todos los días de su vida. Poco después de regresar a
casa, Ana concibió un hijo, a Samuel, quien llegó a ser el último y
quizás el más grande juez de Israel. Cuando la nación de Israel
experimentó el cambio de gobierno a la monarquía, fue Samuel a quien
Dios llamó para ungir a Saúl, y después a David, como reyes.
Al igual que Ana, nosotros también
podemos sentir aflicción por las oraciones sin respuesta; a veces
tememos que podamos incluso, perder la fe en el Dios que nos ama. Pero
puede también llevarnos a hacer peticiones atrevidas, ruegos que pueden
ser justamente lo que el Señor desea para nosotros, y de parte de
nosotros.
Si estamos alerta y somos pacientes, Él
puede llevarnos a un punto donde lo que se requiere de nosotros es que
hagamos valientemente una nueva petición.
Ana buscó la voluntad del Señor, no solo
un escape temporal de su dolor. Estuvo dispuesta a romper con la
costumbre y la tradición, para derramar su corazón al Señor y pedirle
osadamente que interviniera. Las acciones de Ana revelan que entendía
que
Dios tenía el control, y que solo Él
podía cambiar su situación y aliviar su dolor. A veces, nuestras
peticiones pueden quedar sin respuesta por razones que no podemos
entender. Es posible que hayamos sido elegidos para que Él pueda
revelarse a nosotros de una manera nueva. La oración no respondida no
significa que ha sido rechazada o ignorada. Puede indicar, más bien, que
el Señor está obrando en una escala mucho más grande que la que podemos
imaginar, porque Él ciertamente “es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (Ef 3.20)
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