PERO LEJOS ESTÉ DE MÍ GLORIARME, SINO EN LA CRUZ DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO…” (Gálatas 6:14)
El pastor de jóvenes estaba preocupado de que las playas de
Florida, el lugar de su próximo viaje evangelístico, distrajeran a sus
chicos del objetivo principal, así que hizo una gran cruz de madera.
Justo antes de subir al autocar, les dijo: “El motivo de nuestro viaje es levantar a Cristo, así que vamos a llevar esta cruz con nosotros allá donde vayamos.”
Sintiéndose raros e inseguros, los chavales arrastraron la gran cruz y
la metieron en el autocar. Ésta se golpeaba contra los asientos durante
todo el trayecto. Se la llevaron a los restaurantes. Se quedaba con
ellos mientras dormían. Estaba erguida en la arena mientras compartían
su fe con miles de otros chicos que habían
llegado para las vacaciones de primavera. Al principio se
sentían avergonzados, pero poco a poco se convirtió en un punto
de identificación, un recordatorio continuo de a Quién pertenecían y
por qué habían venido.
La noche antes de volver a casa, el pastor de jóvenes les dio a cada muchacho dos clavos y dijo:
“Si estáis dispuestos a entregar toda vuestra vida a Cristo, quiero que
clavéis un clavo en la cruz y guardéis el otro como recordatorio de
este compromiso.”
Quince años después, un próspero corredor de bolsa llamó al líder de jóvenes y le dijo: “Todavía
tengo aquel clavo. Cuando la presión es muy fuerte, o me siento tentado
a ir por mal camino, simplemente meto la mano en el bolsillo y lo
siento, e inmediatamente eso me recuerda que el núcleo de mi vida es: mi
compromiso con Cristo.” ¿Crees que a lo mejor tú también necesitas un clavo?
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