Pasaje clave: Juan 21:12.
Los pensamientos de Pedro son interrumpidos por un grito desde la costa. «¿Han pescado algo?»
Pedro y Juan levantan la vista. Probablemente se trate de algún habitante del pueblo. «¡No!», gritan ellos.
«¡Prueben del otro lado!», les vuelve a gritar la voz.
Juan mira a Pedro. ¿Qué daño puede hacer? De manera que nuevamente
sale volando la red. Pedro envuelve su muñeca con la soga para esperar.
Pero no hay espera. La soga se pone tirante y la red tensa. Pedro
apoya su peso contra el costado de la barca y comienza a jalar la red;
extiende su mano hacia abajo, hala hacia arriba, la extiende hacia
abajo, hala hacia arriba. Está tan inmerso en la tarea que se le escapa
el mensaje.
A Juan no. El momento le resulta conocido. Esto ha sucedido
anteriormente. La larga noche. La red vacía. El llamado a lanzar
nuevamente la red. Los peces agitándose dentro de la barca. ¡Un momento! Levanta su vista para mirar al hombre en la costa. «¡Es Él!», susurra.
Luego levanta más la voz: «Es Jesús».
Pedro se vira y mira. Jesús el Dios del cielo y de la tierra está en la playa. Y está preparando un fuego.
Pedro se zambulle en el mar, nada hasta la costa y sale tropezando,
mojado, tiritando y se para delante del amigo traicionado. Jesús ha
preparado unas brasas.
—Vengan a desayunar —les dice Jesús.
Por una de las pocas veces en su vida, Pedro está en silencio. ¿Qué
pudiera decir que fuera suficiente? El momento es demasiado sagrado
para las palabras. Dios le está ofreciendo desayuno al amigo que lo
traicionó. Y Pedro, una vez más, encuentra gracia en Galilea.
Extracto del libro “3:16?
Por Max Lucado
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