Mi amiga Donna, una activa madre y
esposa, había estado perdiendo gradualmente la vista por la enfermedad
llamada retinitis pigmentaria (RP). Incluso mientras luchaba por aceptar
lo que significaba su diagnóstico, comenzó a tener dificultades para
cocinar y limpiar, arreglarse el cabello y maquillarse, y finalmente,
para identificar los rostros de sus hijos. Hoy, la iluminación en muchos
ambientes, ya sea de un restaurante, de una tienda, o de la iglesia, es
para ella un problema. Equipos especiales de computación la ayudan a
leer, escribir, estudiar, y leer y escribir correos electrónicos, pero
los ojos se le fatigan rápidamente.
El sorprendente resultado de su
experiencia es que, a medida que la visión de Donna se volvía más débil y
más distorsionada, su agudeza espiritual se acentuó. Su tiempo con el
Señor se volvió más significativo al clamar a Él, y comenzar a percibir
su amor con más claridad, sintiendo su propósito al permitir que
sufriera de esa manera. Aun en los días que no podía imaginar cuál podía
ser el propósito, le daba gracias por lo que estaba sucediendo.
¿Quieres decir ahora?
¿Quieres decir ahora?
La Biblia nos manda a dar gracias. “Bendeciré al Señor en todo tiempo”, escribió el salmista (Sal 34.1). Y el apóstol Pablo se hizo eco de ese sentimiento en su primera carta a los Tesalonicenses, cuando dice: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Ts 5.18).
Por difícil que esto puede ser de aceptar, “en todo” significa en los
momentos buenos y malos, incluso cuando no tengamos ganas de hacerlo. Es
fácil dar gracias cuando se tienen un matrimonio sólido, buenos hijos y
dinero en el banco. Pero, ¿qué pasa cuando el matrimonio se desploma,
los hijos se vuelven rebeldes o escasea el dinero?
Cuando vienen tiempos difíciles, podemos
elegir dar la espalda a Dios. Pero el endurecimiento de nuestro corazón
hacia Él por la ira o el rechazo afectará nuestra capacidad para
enfrentar al sufrimiento de una manera provechosa, lo que hará difícil
escuchar su voz y recibir consuelo y fortaleza. La gratitud es la puerta
que tenemos que atravesar para ser cada vez más conscientes de la
bondad del Padre celestial en medio de nuestras circunstancias
difíciles. Tenemos que practicar la disciplina de dar gracias aun más en
los momentos difíciles, porque al hacer esto Dios no solo transforma al
sufrimiento, sino que también nos transforma a nosotros.
Razones para dar gracias
Razones para dar gracias
Al igual que Donna, si estamos abiertos
al Señor en los momentos difíciles, nos damos cuenta pronto de cuán
dependientes somos de Él, y de que todo lo que tenemos en la vida es un
regalo. Pero a la humanidad siempre le ha resultado difícil sujetarse a
esta perspectiva. Pensemos en el huerto del Edén: cuando Eva anheló el
fruto, estaba anhelando tener independencia, y desde entonces eso es lo
que hemos estado haciendo. En vez de aceptar nuestra dependencia de Dios
y de estar agradecidos por Él y por su voluntad, insistimos en vivir la
vida según nuestros planes. Entonces el sufrimiento capta nuestra
atención como lo hace una advertencia de tormenta severa. Nuestras
circunstancias parecen decirnos: No solo se van a volver más difíciles,
sino que tampoco puedes controlar la situación. Aunque nos resulta
difícil ver nuestras pruebas de esta manera, Dios nos permite
soportarlas por su misericordia, para que comprendamos, una vez más, que
Él es el único nuestro Recurso.
Las pruebas, entonces, se convierten en
una oportunidad para volver a Él. Aquí vemos cómo lo que parece ser
para mal, el Señor puede usarlo para bien. Reconocer su poder para
transformar el sufrimiento en algo hermoso, es lo que nos permite dar
gracias en medio del dolor.
Un corazón agradecido es posible solo
cuando hay humildad. Al dejar nuestro orgullo y contrastar nuestra
pequeñez con la grandeza de Dios, entendemos que Dios es más grande de
lo que podemos imaginar. Nos maravillamos de que el Altísimo no solo nos
haya creado, sino también de que haya abierto un camino por medio de su
Hijo para que lo conozcamos. Cuando entendemos verdaderamente lo lejos
que tuvo que ir para sacarnos del abismo, nos llenamos de una gratitud
que sobrepasa las circunstancias más espantosas.
El dolor y el sufrimiento pueden también
ablandarnos el corazón hacia otras personas. Dios nos consuela para que
podamos consolar a otros (2 Co 1.3-5). Después que mi matrimonio se
derrumbó hace diez años, me encontré con que mi compasión por los demás
se había quintuplicado, mientras que mi tendencia a juzgar a los demás
disminuyó. Aunque mi situación seguía siendo dolorosa, me sentí
agradecida por el cambio que Dios produjo en mí por medio de ella.
Podemos dar gracias no solo porque Dios nos consuela, sino también
porque puede usarnos para consolar a otros que estén sufriendo.
Es fácil hacerlo
Los tiempos difíciles pueden parecer
interminables, pero Pablo los llama “leve tribulación momentánea” (2 Co
4.17). Él pudo escribir estas palabras, a pesar de haber sufrido
persecuciones, cárceles, palizas, naufragios, mordeduras de serpientes, y
muchas otras cosas más. Con su palabra y su ejemplo, nos insta a
centrarnos en lo eterno. Aun las pruebas que duran toda una vida en la
tierra transcurren en un instante, en comparación con la eternidad.
El recordar que Cristo sufrió, puede
también movernos a encontrar consuelo y a ser agradecidos por la manera
en que está transformando nuestras vidas. El fruto de rendirse al Señor
le dará una mejor comprensión de su sufrimiento y de su amor por usted. Y
en ese punto, podría sorprenderle lo fácil que es estar agradecido.
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